15/7/2025
Por Marina Villarruel
El aprender a escuchar requiere entrenamiento. Es necesario entrenar la escucha de sonidos, palabras y silencios. Propiciar el silencio es la tarea necesaria para que la escucha sea posible. Cuando prima el ruido, la escucha se hace dificultosa. Cuando prima el silencio, el cuerpo entero se puede volver oído y dedicarse a la tarea de la escucha. En esto consiste el entrenamiento. El volverse todo oídos para captar el ritmo y el sentido de lo que se dice. Lo que se dice y quien lo dice se hacen un todo en los textos de Eli Sosa. Eli y sus textos son un todo que se transmite a través de la palabra dicha. Porque Eli dice, es una decidora, una poeta que nos interpela con su voz, su mirada, su gesto. Escuchar a Eli, escucharla decir sus textos, también requiere de entrenamiento. Porque la palabra que se dice tiene una temporalidad específica, la del momento en que se la dice. Y luego ya pasó, y luego ya a otra cosa. Por eso, cada vez que tengo la oportunidad de escucharla, mi cuerpo entero se transforma en oído y sensibilidad para captar lo que allí se ofrece. Y en ese captar seguir el devaneo de sus preguntas, ver hacia donde la llevan y nos llevan. Porque las preguntas, cuando se las tira al viento, ya no son preguntas de uno, sino que se transforman en preguntas de todos. ¿Quiénes somos las suplentes? ¿Las que nos evadimos? ¿Los de la postura erguida que causa dolor?
Y junto a la pregunta, el juego. De la palabra al ritmo y a la sonoridad del: “Te quedaste embarraú”, porque el lenguaje coloquial se acopla al poético y le da aire. Sonoridad que interpela en: “Un tic, Jamaica. Un tac Praga, un tiqui Andalgalá, taca-taca Venecia”. Y jugar. Porque de eso se trata. De dejarse llevar por la sonoridad de las palabras. A pesar que, a veces, la cosa se ponga seria, porque la poeta sabe que es el momento de contar su historia, la nuestra, la de “trazar memoria”.
Hoy les compartimos tres textos de Eli Sosa, pero les recomiendo, cuando puedan y la encuentren diciendo por ahí, deténganse a escuchar.

Limbo
Si me toca transitar el limbo, que a esta altura no sé si es lo que me toca, o lo gané por
obra propia, ya que me encuentro observando mi ser en el medio de un tironeo de
informaciones encontradas mientras la neurosis come pochoclos en el centro de la escena, decidí que no. No pasaré ese tiempo muerto en una habitación para asustar a humanos.
Por saberlos tanto y conocerlos poco prefiero verles dormir de cerca.
Hacerles cosquillas.
Supongo, sería un espectro inquietante porque me gusta el misterio y la confusión de la vida, aunque no jodería tanto.
Manifestaría mi presencia con un abrazo mientras ocurre el llanto, con una mano sobre el hombro haciendo saber que ya va a pasar, y esperaría cuando el sol esté bien vertical para
almorzarnos las risas que después de la pena ocurran inevitablemente.
Bailaría el rock de los 50 que aparece de imprevisto al fin, en la lista de reproducción, y
giraría entre las cortinas junto al viento hecho polvo. Yo sé, se desprenderá multicolor de los plumeros que veloces apurarán el paso siguiente: la llegada de la calma y la frescura de la casa, con sahumerio de Vainilla incluido.
Si me asignan un humano malvado, sinceramente, me aburriría, pero al oído le cantaría como mantra: “eso ya pasó de moda, qué te pasa hermano, sacate la gorra, te quedaste embarrau ” todo con palmas a ritmo de cuarteto, arrastrando cadenas para no romper la tradición, y al final para darle más impacto a la situación pegaría un alarido.
Sé que no tengo miedo de quedarme acá invisible si puedo cantar y moverme con gracia de pájaro, aunque todavía no tengo claro si trasladarse como fantasma se parece a volar o
quizás a aparecer como con una perilla de velador: Un tic Jamaica, un taca Praga, un tiqui
Andalgalá, taca-taca Venecia, y así viajar por todos lados.
Las suplentes
Saber que llegué aquí porque algún recorrido hice, me deja tranquila.
No aparecí de la nada como un milagro.
Ante el reclamo me quedo muda.
Existimos, las personas que no estamos en este mundo para comprometernos con otras personas alcanzando el nivel solicitado por el mercado.
Es que, si lo hacemos, es un hecho aislado, que se da de modo pasajero.
Fugacidades, aunque nadie diga que los ciclos son cortos.
Algunas personas se inventan disfraces para vestirse de algo.
Nosotras no. Somos a fin de cuentas las gentuzas que no deseamos. Porque quizás en otro momento lo hicimos, y de alguna forma nos rompimos.
En la oración, somos inconclusas hasta después de un tiempo, cuando nos dibujan sin querer y llegamos a ser, al menos, unos puntitos suspensivos contundentes marcados hasta el otro lado del papel.
Los psicólogos se empeñan en averiguar. Simplifican con frases cortas y enseñan en reels de Instagram la forma en fórmula para enfrentarse y lidiar con nosotras, las personas que no nos comprometemos.
Las que no nos comprometemos con otra persona para siempre en un mundo decadente, respiramos.
Nadie piensa en el por qué.
Nadie se detiene a pensar realmente en el por qué.
Intentarán forzar el cauce natural que te lleva a dudar de todo y sentir que es una farsa.
Pero es imposible.
Nos convertimos en el organismo inacabado por influencia de mixtura justa entre la monogamia y el productivismo.
Somos permanentemente adolescentes de la moneda subiendo inestable sin control y criticonas de las geografías marcadas en rojo. Personas hijas del desamor y las obligaciones mal pagadas.
Reales.
No como otras.
La inteligencia artificial puede analizar la trayectoria pero no el devenir.
Psiquiatría las pastillas.
En otro párrafo, medio sin lógica,
allí quedamos las personas no creyentes.
Divididas, como línea de tinta de lapicera casi vacía entrecortada en el renglón.
Colgadas al fin …
como tres tristes puntos,
suspendidos en el aire.
Las evasoras evadidas.
El hueco oscuro en el universo.
La materia sin forma.
Cuello atado
(con voz de árbol)
Te heredaron miedo como a mí que actúo como si al decir alguna cosa de más estuviese en peligro de muerte.
Imaginate la muerte que quieras, ella acecha, por creer erróneamente que tengo muy poca suerte.
¿Te gusta ver morir?
A mi no. Me da miedo.
Y me da miedo ser yo.
No es la muerte sino el sufrimiento de lo que escapo corriendo hacia atrás, prometí no contar este secreto a nadie más, pero prontamente la cagué porque ya lo estoy haciendo.
No temblaré por gente que disfruta dibujando el borde de fantasmas al aire con palabras en el espacio en blanco que construí y reservo como el gran tesoro de mi mente.
Dicen que debería hacerme responsable de la cuerda que ataron a mi cuello, cuidarme de las escaras y del ahogamiento.
¿Vos ves en la postura erguida honor?
Yo en cambio veo calor, e innecesarios dolores de cintura.
Creería que de a poco dejamos de empatizar hasta llegar a casi nada porque nos ardimos por lo triste ajeno.
Es como si hubiésemos tenido que abrazar a alguien que ha estado agonizando por horas y sepamos que es ahora cuando tenemos la oportunidad de contar su historia.
Y contar la nuestra.
Trazar memoria.
Como si tan solo para eso hubiésemos venido.

Mini Bio
Eli Sosa es una Artista multifacética oriunda del Barrio de Arguello Córdoba, habitante de Sierras chicas desde hace aproximadamente 8 años.
La escritura en este momento está siendo una exploración, que desde la oralidad va hacia lo escrito, y que vuelve desde lo escrito hacia lo oral, desarrollando un diálogo casi permanente. La escucha es fundamental, ahí está todo lo que necesita para escribir, declara.
Eli explora desde el canto, la danza, la música y reinventa sus textos dejándolos permeables al pulso colectivo. Organiza y participa de eventos de Poesía y música permanentemente, en los que conviven libremente todo tipo de expresiones artísticas.
Nos escribimos con la música que otros cantan, dice. “Nos escribimos en conjunto y eso es inevitable”